lunes, 27 de febrero de 2012

Diógenes y el esclavo.

Diógenes solía salir con una linterna a plena luz del día, afirmando que buscaba a un hombre.
En el templo imploró caridad al sacerdote, que le dio su bendición como limosna. En el mercado, una joven le dio una moneda de cobre, mientras gastaba doce de plata en sus caprichos.
Cuando vio venir al príncipe de Salamina le pidió también limosna, pero éste lo apartó de un empujón. Entonces, un esclavo que había visto cómo trataba su amo al anciano, puso dos monedas en su mano. 
-¡He encontrado a un hombre!- exclamó Diógenes- ¡Y es un esclavo! 
La condición del hombre radica en el corazón, no en la apariencia. 
Frédéric-Edouard Plessis

domingo, 19 de febrero de 2012

La vuelta al mundo daré.

Este mundo me enseñó lo más duro de la vida, las raíces de tanto dolor, de las razas repartidas, continentes que veré como los hermanos, tan iguales y distintos a la vez, el más frío y el que va con la libertad unida, el más guapo, el más hostil y ese gran desconocido. Que triste es ver que nunca están unidos, por envidia, por poder, por Alá y por un cristo, por la sangre derramada de las guerras sin sentido y por no quererse amar.
Ya no se tiene ese fuego en la mirada, esa sinceridad que siempre nos mostrábamos. Aquella libertad recortaba sus alas, otra vez la amistad fue la gran traicionada, otra vez se olvidó por lo que se luchaba.

Alfredo González 

martes, 14 de febrero de 2012

Federico Moccia.

Y comprender que tal vez amar es otra cosa. Es sentirnos ligeros y libres. Es saber que no pretendes apropiarte del corazón del otro, que no es tuyo, que no te toca por contrato. Debes merecerlo cada día. Y se lo dices. Se lo dices a él. Y eres consciente de que hay respuestas que quizás deban cambiarse. Es precioso partir para volver a encontrar el camino.
Me coge por un brazo y lo aprieta con fuerza. Porque cuando alguien a quien quieres se te va, intentas detenerlo con las manos, y esperas poder atrapar así también su corazón. Pero no es así, el amor no es una deuda que saldar, no regala créditos, ni acepta descuentos. 

domingo, 5 de febrero de 2012

Los viajes de Gulliver.

Según observaciones, nos encontrábamos a treinta grados, dos minutos de latitud Sur. De nuestra tripulación murieron doce hombres, a causa del trabajo excesivo y la mala alimentación, y el resto se encontraba en situación deplorable. El 15 de noviembre, que es el principio del verano en aquellas regiones, los marineros columbraron entre la espesa niebla que reinaba una roca a obra de medio cable de distancia del barco; pero el viento era tan fuerte, que no pudimos evitar que nos arrastrase y estrellase contra ella al momento. Seis tripulantes, yo entre ellos, que habíamos lanzado el bote a la mar, maniobramos para apartarnos del barco y de la roca. Remamos, según mi cálculo, unas tres leguas, hasta que nos fue imposible seguir, exhaustos como estábamos ya por el esfuerzo sostenido mientras estuvimos en el barco. Así, que nos entregamos a merced de las olas, y al cabo de una media hora una violenta ráfaga del Norte volcó la barca. Lo que fuera de mis compañeros del bote, como de aquellos que se salvasen en la roca o de los que quedaran en el buque, nada puedo decir; pero supongo que perecerían todos. En cuanto a mí, nadé a la ventura, empujado por viento y marea. A menudo alargaba las piernas hacia abajo, sin encontrar fondo; pero cuando estaba casi agotado y me era imposible luchar más, hice pie. Por entonces la tormenta había amainado mucho.
Jonathan Swift